Tulipán
Imagen tomada de la red
¿Cómo
pudo suceder? ¡No lo sé con certeza! Te expresé mi sentimiento como quien
exhala para poder recibir aire nuevo y recuerdo bien que cerré los ojos para
besarte, en un acto reflejo de quien ansía, con fervor, que sus deseos se
cumplan; con la “fe de carbonero”, que ha afincado en mi cerebro la seguridad
de que los anhelos se hacen realidad con el mero hecho de confesarlos, porque invariablemente
he dado crédito a mis ilusiones, pese a que, casi siempre, terminaron
traicionando mi confianza; pero llegará el día y aprenderé a decapitarlas para impedir
que vuelvan a engañarme.
Aquella noche tú tenías la convicción absoluta
de que estarías jugando a dilucidar y yo caí en tu celada; correspondiste a mis
impulsos soltando el freno: ahí estaba tu sagacidad haciendo gala de
conocimiento; como quien practica a diario, dominaste todas las curvas, te
desmediste en las rectas y prolongaste el paso por meta hasta convertirlo en
agonía; sólo allí tus muestras de satisfacción te delataron; era tal tu euforia
que no lograste persuadirme; estabas más bien exultante y eso fue lo que precipitó
la desgracia; bajo el chubasco nunca escuché que dijeras “yo también te amo”.
Mi pecado fue haber cedido tan pronto y sin
mirar al fondo de tus ojos, donde la luz presentaba oscilaciones, producto de
la seducción alevosa; tu ganaste una prueba, yo obtuve una experiencia que
ahora me permite identificar a los seres ambivalentes, a los humanos monoicos,
como tú, incapaces de confrontarse de cara al guardarropa, donde lo digno es
engalanar la verdad asumiendo una condición sin ambages, porque lo que
trasciende no es lo que somos, sino, cómo lo manifestamos.
Tulipán, nuestra común adicción a la mantecada
dejó en evidencia tu dimorfismo sentimental y mi esencia afectiva; brindo desde
el corazón porque encuentres el aire bajo el que puedas disfrutar, sin
distrofias eróticas, del amor.
¡Adiós, flor de cultivo de un vergel sombrío!,
para determinarte hay que correr el visillo con que ‘adornas’ tu ventana.
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